jueves, 21 de febrero de 2008

Orilla

encuentra aquí la ponzoña
tu descascarada imagen
es ávido el resplandor
de ese terco horizonte
y entre carroña y podredumbre
se hila la fina arena
no hay espuma que perdure
sobre playas tan inciertas
ni sol, ni urbe, ni esqueleto,
se convierte todo en desierto
de deshechos y otros dones
que imprime en este suelo
el hombre
quien mezcla con triste encanto
belleza y desquicio humano
se enlazan como tendones
de lo que fue alguna vez perfecto,
los hierros retorcidos,
sostenidos por concreto
y no es su imagen tristeza
sino el recuerdo constante
que no hay natura que perdure
bajo el anca del humano.

Y arriba está el cielo

Caminan sobre el fuego volcánico
De un asfalto mal terminado
Y se trajean con orgullo
Y se pavonean con portafolios
Repletos de inciertos destinos.
Doctores que no curan
Trepan en sus relucientes torres
Brillantes y opulentas
Rectas inquebrantables
De la estolidez humana.
Vuelcan sus palabras al aire viciado
Astutos moderadores
Merodeando con regocijo
Sin quebrar el gris monosílabo
De la misma farsa que han creado.
Y sus pies envueltos
En lustrosos cueros
Pisan apresurados
Esos charcos renegridos
Que reflejan un triste cielo.
Reinciden en su locura
Con su tragedia de verdades
Buscando esclarecer los actos
Despiden esa pestilencia de triunfo
Donde nadie los ha llamado.
Es impropio el entendimiento
Donde reinan los papeles y las letras
Obsoletas y los números y los expedientes
Nos arrastran al desquicio del mundo nuevo
Sin importar que arriba esté el cielo.

Carenciados

Carencias de fe ciega
Voluptuosidad de optimisas velas
que arden para un fuego de santos
inocentes de toda piedad.
Piden limosnas de sosiego y
cobijo de mantas agujereadas.
¿Es el yeso màs fuerte que la voluntad?
Ofrendas de incienso humeante
entre ruinas de un futuro màs
incierto que sus propias divinidades.
Y aquì yace la fe en inmortal reposo de
mortajas entregadas al abandono frugal
en tibias sàbanas.
No necesitas la misericordia de un dios
que no escucha clamores de paz
ni engrosar la lista de los desdichados
sumàndote a una marcha interminable
de rodillas ensangrentadas cuando
tiranos mediocres, regodeantes de amor
propio, te lo dan como ùnica alternativa.
El rezo perdió el espíritu de su fundamento.
Ni sollozos abruptos, ni manos temblorosas y
elevadas harán que el cielo trensforme su
abovedada áurea gaseosa
en estado divino.
El interior de tu escrupuloso ser se encoge
en veneraciones vanas y se retuerce adormecido.
No hay sensación más placentera que despierte
al más angustiante de tus sueños,
sino flagelaciones merecidas para
purgar errores pasados y venideros.
Santifica tu alma en el sufrimiento
mientras otros creen merecer
la soberanía de un injusto reino.